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CARTAS A ADOLFO 1943

Este acervo epistolar corresponde al año 1943, concretamente al mes de abril. Por entonces, el Comité Coordinador uruguayo de la Oficina de Asuntos Interamericanos (OIAA) –una agencia de propaganda creada por el gobierno de Estados Unidos para combatir el nazismo en América Latina durante la Segunda Guerra Mundial– puso al aire el programa radial Cartas a Adolfo . Radio Carve, a través de su elenco teatral, no solo leyó las cartas que Stephen Vincent Benét había escrito, inspirado en las misivas de ciudadanos estadounidenses a Hitler, y enviadas a diversos medios de prensa. También la emisora uruguaya creó, a partir del programa, un concurso para que los oyentes se animaran a escribir sus propias cartas al Führer, tal como lo habían hecho en el país del norte, y de la misma manera en que lo había ficcionado Benét. El resultado: cientos de epístolas enviadas por radioescuchas montevideanos, especialmente; gente como usted o como yo que escribió su propia carta a...

Hopper, Evening wind.

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   Evening wind. Edward Hopper. 1921. Por la ventana de la habitación ha entrado un viento recio que sacude las cortinas. Afuera la noche podría ser cálida, una perfecta noche de verano; indudablemente es ventosa. Ella la recibe en absoluta desnudez, como una mujer puede llegar a recibir la noche en una habitación oscura. La mujer ––a quien no se le ven los senos por efectos de su pelo desatado, y en cambio sí su vello púbico–– repara en el eco sedoso de las cortinas en movimiento, especialmente el de aquella que se eleva en dirección al mueble contra la pared, el mueble del aguamanil. Con su rodilla derecha hundida en el colchón, su pierna izquierda apenas desprendiéndose del piso, y una mano al borde y la otra a medias apoyada en la cama, ella se detiene por un instante. Y aunque ha removido su edredón hacia al piecero, disponiéndose al descanso, o al gozo, no ha podido ignorar la repentina violencia con que el viento se ha impuesto en la habitación. Tampoco el resplandor de...

Réquiem a la orilla del Magdalena

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No tuvieron que limpiarle la cara  para saber que era un muerto ajeno   GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ          ¡Pum! Un hombre ha caído.      Un Cardumen de carpas doradas baja por el cauce del Magdalena custodiando el cuerpo que recorre, cual embarcación abandonada, sus aguas profusas. Allá va, río abajo, el hombre ojos de pólvora, y los pececitos en sus manos titilan como cirios. El río ataúd, el río fosa. Un hombre que no sabe su nombre, que nunca más podrá decirlo. Y allá va sin deudos, por el río muerto, con un tiro de gracia en el pecho. Se sumerge: el Magdalena lo arrulla con su canto.     Desde las canoas danzan las redes. Se abren en los cielos de la Ciénaga, y cuando han pescado el sol, caen como mortajas sobre el río. Aquel pescador del sombrerito de paja, el mismo que anoche ha soñado pescar la riqueza, hala con fuerza, de pie sobre su canoa. ¡Aleluya!, grita; pero es incierto lo que yace bajo el agua. El hombre sin n...

Mi infancia, la muerte

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  Todo cuanto tiembla en el borde es nacimiento. Y solo desde el borde se ve la luz primera el blanco-blanco que nos crece en el pecho PIEDAD BONNETT       Quizá papá y mamá no me perdonen      si digo que mi infancia es la muerte.      Que, en esa tierra,     la tierra de mi infancia     la del crotón amarillo y verde     también se levanta una palmera de cocos sin agua,      un rosal marchito.      Que los cardos siguen creciendo allí     en las sierras    y las semillas de cacao nunca germinarán.        Los linderos de mi infancia se desplazan, día a día, como enredaderas por mi memoria. Se adhieren a ella con sus pequeñísimas ventosas, colonizando el país de lo que soy, de lo que tengo y lo que no. Y duelen.     ...

A quien interese

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  Soy una mujer de descubrimientos tardíos. Recién el verano pasado vi y atrapé una luciérnaga. Celebré su brillo verde bajo un cielo rochense estrellado, porque la noche y mis manos sostenían el mismo destello. Tarde descubrí la trompeta melancólica de Chet Baker, y tarde besé la boca de una mujer, deslizando mi lengua con ansias. No encontré nada extraordinario en eso. Tengo treinta y ocho años y un repertorio de hallazgos a destiempo. Cosas como estas y otras tantas me componen como una melodía de risa y locura y miedo. Compito conmigo misma a tomarme el vaso de agua completo, de un tiro. La semana pasada batí el récord. Cuatro segundos, ni más, ni menos. Me cepillo los dientes a puerta cerrada, cosa que nadie vea la espuma que sale de mi boca. Y de ninguna manera permito que otro me enseñe su propia espuma. Hay cierto pudor en eso. Sigo esperando que me regalen una guacharaca, y tocarla con un vallenato de fondo. Todo el tiempo digo palabras que no se me entienden, porque ven...

Mi tormenta

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   Está tronando. Desde mi cama escucho el sonido filoso de la lluvia caer sobre cualquier tejado, sobre el mío. Afuera es una orquesta tocando un réquiem. Una fusión sonora que por momentos pesa. Un obrero que no conozco insiste en golpear, pese al agua que cae con premura. ¿Qué golpea? ¿Golpea con enojo?, ¿con cansancio? ¿Lo hace quizá con convicción? Es un ruido semejante al de mis obsesiones. Tac, tac, tac. Siento miedo y la estridencia del cielo no ayuda. Los relámpagos resplandecen tan tristes que puedo volver a verme treinta años atrás, asomada por los barrotes de una ventana, esperando a que cese la lluvia. Los dientes castañeteando. Mi pequeña yo viendo llover, temiéndole a la tormenta, al chaparrón impasible. Cada destello me alumbraba la cara como recordándome la angustia de estar viva. La frente apoyada en los barrotes fríos sin que alguien dijese: «no le temas. Ya pasará». Pero el cielo se resistía a callar. Yo, en cambio, callo mi desazón por las vidas echadas a ...

La Espera

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  Las llantas del camión le pasaron por encima y el perro chilló con la desesperación de los intestinos y los miembros estallados. Lo vi desde el auto, bajé la ventanilla y fui desacelerando mientras me acercaba a la banquina. El dóberman o pitbull (no sé bien) que lo acompañaba había huido despavorido hacia la hondonada, en la oscuridad de la noche. Se salvó de que yo lo aplastara cuando cruzó de un lado a otro de la carretera. El camión siguió su camino y pasó tan cerca y tan rápido que me revolvió el cabello. El perro quedó ahí, tendido en el pavimento, contrayéndose y aullando. A lo lejos, sobre la ruta, dos luces amarillas avanzaban. En cuestión de segundos pasaría un auto y lo remataría. Prendí las balizas y estacioné. Me até el cabello. Por la ventanilla miré hacia la izquierda, pocos metros más adelante, y lo vi apenas levantando la cabeza, queriendo lamerse la panza, ¿o las patas? Era la una de la mañana y yo ya había pasado el peaje del Playón. La velocidad es lo mío. Iba...

¿Cuántos somos Richie?

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        Richard “Richie” Jerimovich es un personajazo en una de las series más bellas de los últimos tiempos: The Bear . Aunque no quiero hablar de la serie como tal, de su argumento. Quisiera hablar de Richie. Porque Richie llegó a mi vida en un momento en el que me cuestiono eso mismo que él, como desencantado de la vida, se preguntó en el primer capítulo de la segunda temporada: ¿Quién soy en esta historia? La escena comienza así: Richie, en el sótano del restaurante en el que se desarrolla toda la historia, The Original Beef of Chicagoland , le pregunta a “Carmy” (el protagonista): «¿Nunca piensas en cuál es tu propósito?». Esa escena me quebró. La he visto cuatro veces, o más. Sentí que Richie se animó a preguntar lo que me da miedo volver a preguntarme. ¿Acaso ustedes no se lo han cuestionado? ¿Acaso no se han mirado al espejo, con rabia, con miedo, con vergüenza de hecho, y se han preguntado para qué carajos viven? Y ya sé que cunde por ahí el discurso que...

La forma de su nombre

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          La abuela no sabe escribir su propio nombre. Ella quiere enseñarle a escribir a su abuela. Le ha enseñado a escribir a sus hijas, a niños ajenos. ¿Por qué no habría de hacerlo con su abuela?     Quiere enseñarle a escribir a su abuela con lápiz para que pueda borrar si se equivoca. Quiere enseñarle con la misma calma con que su madre le enseñó a escribir mi mamá me ama / yo amo a mi mamá . Por supuesto, no le enseñaría a escribir a su abuela exactamente esas oraciones de sujetos inexistentes y verbos impensables. Su abuela está enferma. No queda nadie por aprender a escribir en una familia de analfabetas letrados. En cambio, su abuela no sabe siquiera escribir su nombre, y aun así lo pronuncia tan diáfano cada vez que se lo preguntan, como cantándolo, aunque frunciendo la boca después de decirlo: «Cleotilde».    Hubo un tiempo en que ella soñó que no podía escribir. Ya no sabía cómo escribir las aves. En otro sueño, un ho...

Agua de Hinojo

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  Dales, Señor, lo que hayas de darles Dales vientres estériles y pechos sin leche.              OSEAS 9:14     Quiere darle de mamar a su bebé. Siente cómo arden sus pezones. Sus tetas son cántaros resecos. El estómago, lleno de agua de hinojo. Le ayuda a producir leche si la toma seguido , le había dicho su suegra. En el folleto del curso psicoprofiláctico la imagen de portada prometía una madre sonriente que miraba a su bebé chupar la teta. Siga tomando, no le está saliendo tanta o ese muchachito se atragantaría , la escucha gritar desde el pasillo. Ella le hunde el dedo en la mejilla. El bebé succiona la teta. Una, dos, tres veces y empieza a llorar. Las aureolas le palpitan, pero el bebé succiona y las punzadas de las tetas desembocan en sus pulmones. Esta será la segunda noche y su marido ya duerme acurrucado con la almohada entre las piernas. Ella lo observa desde la silla mecedora, con el bebé en bra...