Hopper, Evening wind.


  Evening wind. Edward Hopper. 1921.


Por la ventana de la habitación ha entrado un viento recio que sacude las cortinas. Afuera la noche podría ser cálida, una perfecta noche de verano; indudablemente es ventosa. Ella la recibe en absoluta desnudez, como una mujer puede llegar a recibir la noche en una habitación oscura. La mujer ––a quien no se le ven los senos por efectos de su pelo desatado, y en cambio sí su vello púbico–– repara en el eco sedoso de las cortinas en movimiento, especialmente el de aquella que se eleva en dirección al mueble contra la pared, el mueble del aguamanil. Con su rodilla derecha hundida en el colchón, su pierna izquierda apenas desprendiéndose del piso, y una mano al borde y la otra a medias apoyada en la cama, ella se detiene por un instante. Y aunque ha removido su edredón hacia al piecero, disponiéndose al descanso, o al gozo, no ha podido ignorar la repentina violencia con que el viento se ha impuesto en la habitación. Tampoco el resplandor de la luna que se ha filtrado para iluminar su espacio oscuro, su lecho. Mientras observa la cortina inflada, su pelo cubre parte de su torso, como una suerte de telón que no es tocado por la fuerza del viento. 


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