¿Cuántos somos Richie?

 



 

 

 

Richard “Richie” Jerimovich es un personajazo en una de las series más bellas de los últimos tiempos: The Bear. Aunque no quiero hablar de la serie como tal, de su argumento. Quisiera hablar de Richie. Porque Richie llegó a mi vida en un momento en el que me cuestiono eso mismo que él, como desencantado de la vida, se preguntó en el primer capítulo de la segunda temporada: ¿Quién soy en esta historia? La escena comienza así: Richie, en el sótano del restaurante en el que se desarrolla toda la historia, The Original Beef of Chicagoland, le pregunta a “Carmy” (el protagonista): «¿Nunca piensas en cuál es tu propósito?». Esa escena me quebró. La he visto cuatro veces, o más. Sentí que Richie se animó a preguntar lo que me da miedo volver a preguntarme. ¿Acaso ustedes no se lo han cuestionado? ¿Acaso no se han mirado al espejo, con rabia, con miedo, con vergüenza de hecho, y se han preguntado para qué carajos viven? Y ya sé que cunde por ahí el discurso que reza «la vida no tiene explicación, es para vivirla»; pero diganle eso a quien está apagándose, a quien piensa que se le pasan los años sin pena ni gloria. Suena hermoso decir que la vida no tiene propósito, ¿no? Ojalá fuese tan sencillo. Ojalá pudiéramos ser como las aves que solo vuelan y poco esperan. Pero somos humanos, y la condición humana es deseo. Mala jugada.

Volviendo a la escena, Carmy decide quedarse a escuchar a Richie, a quien llama primo, aunque no lo sea genuinamente. Y lo escucha ahí, en el sótano, entre fotos familiares de Carmy desperdigadas en una mesa; fotos que Richie observa con añoranza, con una tristeza que tiene como atorada en los ojos, mientras reitera la pregunta por su propósito. Luego dice, «estoy tratando de aprender quién soy yo en mi historia». Todos lo hacemos un poco, Richie, si eso te sirve de consuelo. Todos, absolutamente todos, en algún momento de nuestras vidas nos lo hemos preguntado en silencio, mirando las sombras en las paredes, la gente pasar, la lluvia caer, la vida correr. Entonces Richie remata la charla del sótano con un pequeño relato que sirve de disparador a su pregunta. Es la historia de un hombre que no tiene habilidades, dice Richie, ni personalidad, ni un propósito, y, en esas condiciones, es rechazado por su grupo de amigos; gente que la está rompiendo, a quienes les va mejor que a él. Atletas, genios, pianistas, y hasta carismáticos de esos que tienen personalidades de la puta madre, que alegran cualquier lugar al que llegan. Y este hombre, dice Richie, lo único que hace es mirar sus trenes. «¿Los mira hacer qué?», pregunta Carmy. «Los mira ser trenes, nada más», responde Richie. Richie que tiene miedo al fracaso, sí. A no reconocerse nunca. Y quiero decir que cuando vi esa escena, cuando vi a Richie quebrándose, con su cara de niño decepcionado, me hice la misma pregunta otra vez. Quise, como el hombre del relato, solo mirar mis trenes pasar.

Está claro que nos han convencido de la necesidad de grandes propósitos para vivir, así como el escritor cree que necesita grandilocuentes historias para escribir algo bueno. Algunos solo queremos un pequeño propósito, pero algo, al menos. Porque es imposible despojarnos del propósito. Quien lo diga, que se vaya a dormir la larga siesta de la muerte. Todos queremos descubrir qué carajos hacemos en un mundo hostil. Todos queremos levantarnos de la cama y saber que sí, que algo nos motiva para seguir lidiando con nuestra propia historia. Cualquier cosa, lo que sea. Todos, absolutamente todos, y no nos mintamos, deseamos encontrar una puerta, una ventana, un cielo, un manantial, un mar, un bosque, incluso un precipicio, hacia el cual dirigirnos. Después descubriremos si no es eso lo que realmente nos divierte, nos satisface. Descubrir que nos hemos equivocado, y entonces tomar otro rumbo, partir hacia otro sitio, o no, en caso de que solo nos baste con vivir. Qué maravilla. Pero como no es tan sencillo (ojalá lo fuese), necesitamos despejar un poco el camino, atravesar la niebla. Quizá no pidamos tanto. Tal vez solo queremos sentir que no estamos caminando en falso.


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