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Mostrando entradas de marzo, 2024

A quien interese

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  Soy una mujer de descubrimientos tardíos. Recién el verano pasado vi y atrapé una luciérnaga. Celebré su brillo verde bajo un cielo rochense estrellado, porque la noche y mis manos sostenían el mismo destello. Tarde descubrí la trompeta melancólica de Chet Baker, y tarde besé la boca de una mujer, deslizando mi lengua con ansias. No encontré nada extraordinario en eso. Tengo treinta y ocho años y un repertorio de hallazgos a destiempo. Cosas como estas y otras tantas me componen como una melodía de risa y locura y miedo. Compito conmigo misma a tomarme el vaso de agua completo, de un tiro. La semana pasada batí el récord. Cuatro segundos, ni más, ni menos. Me cepillo los dientes a puerta cerrada, cosa que nadie vea la espuma que sale de mi boca. Y de ninguna manera permito que otro me enseñe su propia espuma. Hay cierto pudor en eso. Sigo esperando que me regalen una guacharaca, y tocarla con un vallenato de fondo. Todo el tiempo digo palabras que no se me entienden, porque ven...

Mi tormenta

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   Está tronando. Desde mi cama escucho el sonido filoso de la lluvia caer sobre cualquier tejado, sobre el mío. Afuera es una orquesta tocando un réquiem. Una fusión sonora que por momentos pesa. Un obrero que no conozco insiste en golpear, pese al agua que cae con premura. ¿Qué golpea? ¿Golpea con enojo?, ¿con cansancio? ¿Lo hace quizá con convicción? Es un ruido semejante al de mis obsesiones. Tac, tac, tac. Siento miedo y la estridencia del cielo no ayuda. Los relámpagos resplandecen tan tristes que puedo volver a verme treinta años atrás, asomada por los barrotes de una ventana, esperando a que cese la lluvia. Los dientes castañeteando. Mi pequeña yo viendo llover, temiéndole a la tormenta, al chaparrón impasible. Cada destello me alumbraba la cara como recordándome la angustia de estar viva. La frente apoyada en los barrotes fríos sin que alguien dijese: «no le temas. Ya pasará». Pero el cielo se resistía a callar. Yo, en cambio, callo mi desazón por las vidas echadas a ...

La Espera

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  Las llantas del camión le pasaron por encima y el perro chilló con la desesperación de los intestinos y los miembros estallados. Lo vi desde el auto, bajé la ventanilla y fui desacelerando mientras me acercaba a la banquina. El dóberman o pitbull (no sé bien) que lo acompañaba había huido despavorido hacia la hondonada, en la oscuridad de la noche. Se salvó de que yo lo aplastara cuando cruzó de un lado a otro de la carretera. El camión siguió su camino y pasó tan cerca y tan rápido que me revolvió el cabello. El perro quedó ahí, tendido en el pavimento, contrayéndose y aullando. A lo lejos, sobre la ruta, dos luces amarillas avanzaban. En cuestión de segundos pasaría un auto y lo remataría. Prendí las balizas y estacioné. Me até el cabello. Por la ventanilla miré hacia la izquierda, pocos metros más adelante, y lo vi apenas levantando la cabeza, queriendo lamerse la panza, ¿o las patas? Era la una de la mañana y yo ya había pasado el peaje del Playón. La velocidad es lo mío. Iba...

¿Cuántos somos Richie?

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        Richard “Richie” Jerimovich es un personajazo en una de las series más bellas de los últimos tiempos: The Bear . Aunque no quiero hablar de la serie como tal, de su argumento. Quisiera hablar de Richie. Porque Richie llegó a mi vida en un momento en el que me cuestiono eso mismo que él, como desencantado de la vida, se preguntó en el primer capítulo de la segunda temporada: ¿Quién soy en esta historia? La escena comienza así: Richie, en el sótano del restaurante en el que se desarrolla toda la historia, The Original Beef of Chicagoland , le pregunta a “Carmy” (el protagonista): «¿Nunca piensas en cuál es tu propósito?». Esa escena me quebró. La he visto cuatro veces, o más. Sentí que Richie se animó a preguntar lo que me da miedo volver a preguntarme. ¿Acaso ustedes no se lo han cuestionado? ¿Acaso no se han mirado al espejo, con rabia, con miedo, con vergüenza de hecho, y se han preguntado para qué carajos viven? Y ya sé que cunde por ahí el discurso que...